Por Ernesto Burgos
Hace unos
años, Quilino el de Polio me contó esta historia de amor y muerte: la tragedia
de dos jóvenes que prefirieron pasar unidos al otro mundo en vez de vivir
separados en éste. Quilino, paradigma de hombre integro y solidario, es
actualmente el mejor testigo de las luchas del siglo XX en nuestras cuencas,
pero a la vez guarda un sitio en su memoria para esos otros acontecimientos que
le transmitieron sus mayores y que no quiere que se pierdan en el olvido.
Uno de los protagonistas del drama fue un joven llamado
Casimiro, que en el momento del suceso contaba 26 años. Era hermano del abuelo
de Quilino y por eso en la familia siempre se guardó su recuerdo y el del
triste suceso que puso fin a su vida. Incluso su fotografía pudo sobrevivir al
paso del tiempo, pero faltaba encontrar la fecha del drama y, sobre todo,
ponerle nombre a la mujer que una mañana soleada, hace ya más de un siglo, unió
para siempre su sangre con la de su compañero.
La búsqueda no fue fácil, ya que los suicidas no dejan huella
en los libros de la Iglesia y la casualidad quiso que la anotación del juzgado
se convirtiese en humo cuando el registro de aquella defunción se quemó en la
revolución de octubre de 1934.
El 23 de marzo de 1913, dos novios sellaron para siempre su relación, pero sus alianzas no fueron de oro, sino de plomo. Ella se disparó un tiro de revolver y él la correspondió apretando el gatillo de su pistola. No hubo explicación oficial y las familias tampoco dijeron nada sobre los motivos de aquella acción sin vuelta atrás; apenas una pequeña nota escrita apresuradamente que se encontró al lado del cuerpo de la mujer: "Me suicido; no se culpe a nadie de mi muerte".
Alguien comentó que unas palabras podían haber evitado las
muertes. Unas frases hechas para un ritual que nunca llegaron a pronunciarse y
que ella esperaba escuchar cada domingo en la misa de doce, hasta que la
impaciencia dio paso a la desesperación. Como un pequeño homenaje a su memoria,
ahora escribimos aquel pregón que debío decirse en 1913:
"Quieren contraer el Santo Sacramento del Matrimonio,
por palabras del presente, como manda la Santa Madre Iglesia y el Derecho
Canónico dispone: don Casimiro Fernández Iglesias, natural de Villandio e hijo
legítimo de don José Miguel Fernández y doña María Rosario Iglesias, con doña
María Asunción González Viesca, natural de San Andrés e hija legítima de don
José González y doña Leandra Viesca. Si alguna persona supiera algún
impedimento por el cual este matrimonio no pudiera celebrarse, tiene la
obligación de manifestarlo y de no hacerlo, qEl último domingo de sus vidas,
ella tuvo el presentimiento de que por fin se iba a hacer público el anuncio de
su compromiso y pidió a Casimiro que estuviese a su lado en la misa, pero otra
vez el silencio del sacerdote se clavó en su corazón; en esta ocasión para
herirlo de muerte.
Los dos abandonaron el templo en silencio y con la cabeza
baja para dirigirse carretera arriba hacia la cuesta de El Lago, donde vivía
Asunción; cuando llegaron, ella entró en la casa mientras él se sentó a
esperar, sentado en un muro frente al corredor de la vivienda que daba vista a
la carretera por la que apenas transitaban aún los vehículos de motor.
El cronista de El Noroeste relató así lo que sucedió después:
"Asunción González Viesca, de 19 años, soltera, natural y vecina de San
Andrés, hallábase a la una de la tarde escribiendo, según referencia de su
familia, cuando la detonación de un tiro de revolver alarmó a una hermana de la
Asunción, quien apresuradamente corrió a la habitación de ésta, donde la halló
agonizante pues se había disparado un tiro en la cabeza.
Momentos después entraban en la habitación un cuñado de la
suicida y don Casimiro Fernández Iglesias, novio de la Asunción, éste ante el
trágico cuadro que se presentaba a su vista sufrió un acceso de desesperación y
sin que nadie pudiera evitarlo se disparó un tiro atravesándose la cabeza, quedando
los dos jóvenes en estado agónico".
Quilino conoce más detalles. Es cierto que Asunción estuvo
escribiendo en la habitación, seguramente la nota que se encontró junto a su
cadáver, pero cuando decidió poner fin a su existencia quiso hacerlo guardando
para siempre la imagen de su compañero y por ello se acercó al corredor y
dirigió la vista hacia él. Pero, como si hubiese adivinado lo que iba a
suceder, en el último momento, Casimiro también miró a la casa y pudo ver el
disparo y la sangre brotando como un clavel macabro en la sien de su amada.
Entonces subió precipitadamente a la vivienda y al llegar a
la habitación se arrodilló para acariciar a la joven y arreglar su vestido,
luego sacó una pistola de su bolsillo y sin que nadie pudiese evitarlo también
apretó el gatillo. No murieron inmediatamente, aún hubo tiempo de avisar al
juez, quien se trasladó hasta San Andrés, aunque no pudo tomar declaración a
los heridos, que yacieron juntos, desangrándose en silencio hasta que dejaron
de existir a las siete de la tarde.
Turón vivía aquel año un momento
crucial en su historia. Desde que en 1890 un grupo de industriales vascos se
había hecho con los ricos yacimientos de carbón de la zona para fundar la
empresa Hulleras de Turón, el valle estaba atrayendo a centenares de familias
de toda España que buscaban trabajo en sus minas.
En 1913 concluyó en el paraje de La Rabaldana la
profundización del pozo Santa Bárbara, que acabaría convirtiéndose en uno de
los más emblemáticos de la Montaña Central y a la vez se multiplicaba la
construcción de viviendas obreras que cambiaban apresuradamente la existencia
campesina por la vida proletaria. Todos los vecinos, los naturales del valle y
los recién llegados, acompañaron al día siguiente al cortejo fúnebre
sobrecogidos por el suceso; la prensa contó que 1.300 almas habían seguido a
los dos féretros hasta el cementerio en una manifestación de duelo como pocas
veces se había visto.
Según parece, los dos suicidas eran de diferente clase social
y esta pudo ser la razón que impidió que su relación llegase a buen puerto por
la oposición de los tíos de ella, de una familia más acomodada que la de él.
Casimiro era minero. El tercer hijo de un sastre, forzado a
aquel trabajo por una cojera que le impedía otras labores y que se esforzaba
cada día con su mujer por llevar el pan a un hogar con seis hijos. El primero
se llamaba Ramón y acabó alcanzando cierta fama en Argentina como médico
naturista; luego vino Teresa y, después de Casimiro, José -el abuelo de
Quilino-; otro varón llamado Jesús y, ya en 1893, María Herminia, quien debió
de morir muy pronto ya que en la familia no se sabe nada de su existencia.
Para conocer algo sobre Asunción tenemos que volver a
elvalledeturón.net y de sus datos deducimos que, según una costumbre muy extendida
en la época, pudo haber heredado su nombre de otra hermana nacida dos años
antes, que seguramente falleció prematuramente; también tuvo otro hermano
llamado Maximino y dos hermanas más. Una fue Bernarda, quien en el momento de
los suicidios estaba casada con Manuel Suarez González, el cuñado citado por El
Noroeste como testigo de los hechos. La otra María de La Visitación, quien
quiso que no se olvidase el nombre de Asunción y bautizó como ella a la hija
que tuvo el 27 de febrero de 1915.
Nosotros también queremos honrar hoy la memoria de dos
amantes cuya muerte conmovió en su día al valle de Turón. Ojalá hayan
encontrado la paz que quisieron buscar juntos aquel primer domingo de
primavera.'